Un simple pastel.

Un vendedor de pasteles siempre sale a ofrecer dos pasteles diferentes. Uno simple, puro pan sin adornos, así, tal cual. El otro siempre está elegantemente adornado, con su chantillí, su crema pastelera, algunas veces con fresas, otras con nueces, unas más con trufas y frutas; en las orillas pétalos de chocolate, en fin, con una vista que provoca que a cualquier persona se le antoje. Siempre, el pastelero recomienda el simple, pero nadie lo compra, siempre regresa con él a su casa. Obviamente el otro es el más vendido.
Un día, el pastelero, llegó a la casa de una señora que es muy exigente para los pasteles. Le mostró ambos pasteles, y antes de cualquier recomendación, ella cogió el pastel simple y le comentó al pastelero, se ve que este es el más delicioso, el que más vende. No dejó que el vendedor le comentara nada, y sin más preguntó el precio y de inmediato lo pagó.
Ahora todos los días la señora espera al pastelero para comprarle el pastel simple, siempre le pide que se lo prepare igual. La gente comenzó a percatarse de que esta señora, experta en pasteles, una doña exigente, comprara un pastel tan simple, sin nada de adornos, y que pagara un precio más caro que el decorado. Muchos de los que se enteraron de esta situación fueron a su casa a preguntarle porque compraba un pastel tan caro y sin chiste, entonces la señora los invitó a que pasaran a su casa y probaran del pastel simple.
Cuando comenzó a distribuir los platos con pastel, los invitados no daban crédito a lo que veían. El pastel estaba deliciosa y delicadamente adornado por dentro, y es más delicioso que el que lo está por fuera.
Después de ese día, el pastel más vendido fue el menos adornado, y ahora el que menos se vende es el decorado.

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